jueves, 25 de abril de 2013

NATURALMENTE BELLO

Caminas y oyes a tu alrededor como las voces van pidiendo algo que no eres capaz de ver. Creces y empiezas a apreciar matices que de pequeño ignorabas o simplemente pasabas por alto. Menosprecias tonalidades y acabados que la mayoría de personas dan por buenos, te vuelves monocromo, la gama de grises te invade.

Detalle de la entrada de luz cenital en las Termas de Vals de Peter Zumthor.

Repudias lo brillante, la entrada de los rayos de Sol en las primeras horas de la mañana te satisfacen como un orgasmo inesperado. Ya cuando la experiencia te lo permite empiezas a jugar con su recorrido, con sus rebotes, lo focalizas allá donde te interesa que esté, te dibuja el espacio que habitas, da volumen a tu habitación y entonces empiezas a sentir una sensación de bienestar que te obliga a establecer ahí tu punto de lectura habitual, a esa hora en particular.

Terraza exterior de la casa Sert en Eivissa, de Josep Lluís Sert. Fotografia de Lourdes Grivé.


Es quizás uno de los motivos del aprecio a lo satinado, a los objetos mates que no te deslumbran y no te hacen encerrarte del exterior. Objetos y colores neutros donde lo destacado sea el espacio en si mismo, sin nada superfluo que centre tu punto de mira y te distraiga de los pequeños gestos que te hacen sentir bien, sin saber bien porque, del mismo modo que lees a Dickens o te plantas delante de un Malévich y quedas totalmente ensimismado.

Pequeños hábitos estéticos que no deberíamos haber perdido con el sobreuso de lo industrializado, del plástico y el aluminio, la cálidez que nos ofrece la madera en un día frío de invierno, o el frescor de la arcilla y la cerámica en un día caluroso de verano, materiales de verdad que hemos transformado lo mínimo posible para hacerlos nuestros y cómodos al uso. 

Ver envejecer los objetos, como las personas, sin miedo a ello, sin miedo a entreverles el paso de los años, perder el miedo a lo desconocido y adaptarnos a los cambios, saber reaccionar ante ellos, afrontar el mantenimiento que va implícito en cualquier cosa de la vida sin volvernos vagos y absortos por la tecnología, la mecanización y la implantación de necesidades ficticias que nos plantea la sociedad y que hace que cada vez disfrutemos menos de los pequeños gestos y valoremos el tiempo para no sabemos bien bien qué.

Es una forma de apreciar matices que te obsequian con pequeñas dosis de felicidad.

Os recomiendo El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, elogio a la estética japonesa, a como apreciar la belleza.

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jueves, 18 de abril de 2013

Hoy he releído un poema de Luís Felipe Vivanco, me encanta reencontrar textos de esta calidad que mi escasa memoria casi olvidaban haber leído.

EL ARQUITECTO

Cuando yo vine al mundo, ya estaba todo hecho.
Los muebles heredados no me dejaban sitio.
Por eso, he decidido mi entusiasmo futuro
de andar fuera de mí, recibiendo distancias.

¡Estar bajo la bóveda reciente de un castaño!
¡Qué holgura como origen de una orilla habitable!
¡Dadme un templo o penumbra vegetal que susurre
confidencias de un dios que humano desfallece!

La realidad resulta más amplia que mi ensueño
y hay que ser imperfectos en criaturas cercanas.
Mi rebeldía tiene medidas más humildes,
mas a escala de un poco de ilusión hacedora.

Desde mi propio cuerpo recorro el horizonte,
desde una mano amiga me acerco al infinito,
desde un hombre que pasa por la calle, abro huecos
para que el aire enfermo se alegre y se ilumine.

Con los ojos del niño que se asombra, dibujo,
descubro materiales y les dejo ser ellos,
me invento otras paredes casi invisibles, diáfanas,
y así puedo estar dentro sin dejar de estar fuera.

Paredes con estrellas y la voz de un arroyo
que no cesa y un leve rubor de madrugada…
Paredes con visiones de libertad pequeña,
en vez de columnatas rodeando a otros ídolos.

Pero el viento es difícil de domar, la sonrisa
se arrastra deformada por pasillos oscuros,
y al que velaba insomne y está sobre el tablero
tropezando y cayendo, le duele la cintura.

La técnica parece muy fuerte y es muy débil
si no la defendemos con semillas de un vino
que muere… ¡Quién pudiera trepar hasta esas nubes
por la escala de cuerda de un croquis bien resuelto!

Sabemos demasiado, pero siempre es preciso
que unos pobres peldaños nos dejen a la puerta
de alguien entre sus viejas herramientas, cantando.
Mañana, su ignorancia nos hará mil preguntas.

Por un lado, programas, preparación, exámenes,
lo que tiene raíces y error de tantos siglos.
Por otro lado, un mínimo de acierto de repente,
¡lo que nos hace dignos del nombre de arquitectos!

Cuando yo vine al mundo, ya estaban otros hombres
planteando sus límites de vocación de espacio.
Ya estaban afirmando, repartiendo y midiéndole
con voluntad terrestre su sitio a cada uno.

En la Casa del Padre, ¿no habrá sitio de sobra
para todos? Nosotros, realicemos, viviendo,
nuestros planos de holgura de esta orilla habitable,
mientras tantas fachadas se encienden como anuncios.